UNA GRAN FAMILIA
De hombres y mujeres valientes, de saberse bendecidos con el solo hecho de tener algo que llevarse a la boca; y cuyo único requisito era hacerlo en compañía de la esposa y sus retoños. De esos grandes señores y señoras qoe hoy pueblan el cielo con innumerables estrellas mirando seguramente de rato en rato a sus prolongaciones vitales: hijos, nietos y demás, a TODOS ellos estamos inmensamente agradecidos por transmitir generacionalmente el cariño al campo, a su placita central testigo de porrazos y risas incontables a partes iguales, a su iglesia adornada con piedra pizarra y devoción a la Vírgen de Rosario, a toda su fauna característica y cuya presencia le ponía y aún le confiere ese encanto poblano: caballos, burros, bueyes, ovejas, cerdos y hasta conejos que te daban la mejor de las clases de biología con sus propias voces y luego con sus peculiares sabores en nuestros paladares. Junto a ese mismo sol que hoy nos calienta y que sigue dando la bienvenida al nuevo día al lado del sempiterno Pucara, custodio de aventuras, alegrías, dolores y nuevas generaciones de aucapateños, y el cual susurraba su adiós acostumbrado luego de su baile diario desde lo alto de Tacacoma.
Y seguimos transcurriendo familias de los que se van, los que están y los que vendrán, cual pasajeros del camión del tuerto, de Luna o del mismo Cahuana. Y el pueblo y sus lugares se quedan: su calvario, Rodao, Kakapata, Sanjapata, Chaupiñán, hasta mi recordado Mojón o El Porvenir cuya obra y hechura, me hace admirar aún más a mi padre, pues todos estos lugares se quedarán eternamente, nosotros somos los que estamos de pasada y nos vamos escurriendo como el agua de las manos, lenta y pausadamente por la colina de la vida y por este sendero personal, donde cada uno le imprime el paso y el ritmo que desea, al compás de la tonada que prefiere y al lado de las personas que decide querer por siempre estando aquí o desde allá, pues entonces hagamosló de la manera más atinada y empática posible, así como nos enseñaron nuestros padres y abuelos, con esa querencia que nunca termina, con esos latidos permanentes al lado de los miembros de esta gran familia aucapateña que nos dió momentos incomparables y que todavía al visitarlo, sea luego de una semana o una década, enigmática y misteriosamente todavía provocan innumerables sentimientos encontrados, pero todos sin duda positivos y bañados de nostalgia y querencia.
Y probablemente cuando el relojero universal, nos susurre al oído, que nuestra presencia está por culminar y la fecha de caducidad se aproxima, mágica y condescendientemente cerremos los ojos y entre otras cosas nos acordemos de ese pedazo de tierra donde tantas y tantas veces fuímos felices sin saberlo; pero sin duda, nos quedará el último aliento para agradecerle por todo ello y visitarla de cuando en cuando desde una estrella situada al lado del gran Pucara.
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