La VIDA en BLANCO y NEGRO
Y no sabíamos de calles
asfaltadas, ni de la junta de vecinos pidiéndote votos, y sobre todo cuando hay
elecciones zonales; pues luego resulta más difícil encontrarlos que al mismísimo Chapó;
pero si supimos de esas calles de tierra y luego de la lluvia: el petricor, tan
ansiado y encandilante, como perfecto y terapeutico.
Y no sabíamos de prisas por los fines de semana, el wally o la play station a tope; pero si supimos de esperar nuestro programa favorito por horas y conteos regresivos: telematch, un partido de la bundesliga (y no era precisamente porque nos gustará más, sino porque era la única que transmitía, eficiencia alemana en todo caso), en blanco y negro y a la una en punto de la tarde, así que había que comer raudamente la sopita deliciosa de la "abue" con su perejil picado y toda clase de verduras, que te transportaban imaginariamente a cada uno de los lugares donde habían sido cosechadas nuestras amigas vegetales y cuyos sabores dejaban en pijamas a una de ratatoille.
Y si sabíamos de llamar a las puertas de nuestros amigos, esas desvencijadas entradas hogareñas de madera, fierro o una mezcla de ambas, ayudados ocasionalmente por las piedras que no faltaban por el lugar para darle más prisa al asunto; y nunca supimos de enviar un sms, un wsp o el chat de turno, para poder ver la cara de nuestros hermanos de barrio, con los cuales creciamos emocional y físicamente, incluso a velocidad mayor a la normal, pues los mayores, se encargaban "delicadamente" y a bombazos de balón, de hacernos madurar con mayor premura y sin que todavía se haya originado, ni siquiera haberse pensado en usarse un término que ahora da vueltas por todo colegio y grupo infantil "el bullying", tan característico e infaltable hasta por una mirada enojada, como el guardapolvo de las colegialas.
Y nunca aprendimos a manejar los pulgares a velocidad de vértigo, porque sencillamente utilizabamos los diez dedos y sobre todo la creatividad para las bolitas, el trompo, el volador o la tunkuña, que si precisaban una psicomotricidad fina con 200 horas de experiencia práctica y a marchas forzadas y una resiliencia a prueba de todo, para no quedar llorando luego de que perdias todo tu capital de cachinas o cuando no atinabas a darle con el trompo en la "carrera de la moneda" y resulta que perdias hasta el recreo que tanto le costó darte a tus padres.
Y sabíamos de poner delicada y
casi milimétricamente la "aguja del long play" preferido y hacer dar las vueltas
exactas al bolígrafo insertado en el orificio del casette, para escuchar 10 mil
veces tu canción preferida; pero tuvimos serios inconvenientes iniciales cuando
quisimos escoger nuestra pista favorita en el mp3.
Y supimos de moretones, raspaduras y rodillas sanguinolentas, luego de un partido de fútbol disputado hasta los alargues y cuando la luz del farol alumbraba tenuemente y no sabías si habías pateado la pelota o la espinilla de tu compañero; pero no supimos, por lo menos hasta donde hago memoria, de quejas infundadas, como las actuales de que "me ha mirado mal" o directamente la famosa frasecilla, que por tan repetida está resultando la mar de cursi: "me ha hecho bullying"; y que en caso de hacerlo, hubiésemos sido funados públicamente mediante la reprimenda social y el enojo correspondiente de todo el grupo de cuates.
Y fuimos de los que, cuando se iba apagando la luz del día y el cielo se vestía con un carmesí inigualable y cuyo vestido nunca se repite, disponíamos de las lágrimas que nos quedaban en el depósito y dábamos rienda suelta al sentimiento; aquellos que corríamos a toda prisa cuando nos llamaban a cenar y comer lo que fuera porque le encontrábamos un gusto incontenible e inigualable, ademàs sería también por no disponer tantas alternativas como las de hoy y lo hacíamos hasta el último grano de arroz; pues definitivamente no eran tiempos donde se desaprovechara algo de comida y de lo cual seguimos y seguiremos profundamente orgullosos.
Y tambièn eramos de los que se iban a la cama como tope a las 21:30; pues no existía motivos para extendernos y quitar a nuestro organismo, ese sueño tan revitalizante, como placentero; compartiendo catre y frazadas con alguno de tus progenitores, donde el espacio era cabalito para los dos afortunados somnolientos y ocasionalmente para un tercero, en este caso el gato pero a los pies de la cama.
En fin, consider.o que fuimos y todavía somos de esos transeuntes de la vida, tan simples como afortunados; tan sencillos como felices y tan rudimentarios como satisfechos¡¡¡¡¡
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